El lugar que ocupaban en la escala social los fundidores de la antigüedad

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Excavación arqueológica en la Colina de los Esclavos. (Foto: Central Timna Valley Project de la Universidad de Tel Aviv)

Los primeros herreros y otros fundidores pioneros en el arte de trabajar los metales fueron considerados en algunos lugares y épocas como los últimos magos de la antigüedad. ¿Recibió su labor esta veneración en todas partes del mundo?

En 1934, el arqueólogo estadounidense Nelson Glueck bautizó como “Slaves’ Hill” (“Colina de los Esclavos”) a uno de los mayores puntos de producción de cobre conocidos en el Oriente Próximo. Este taller de fundición, situado en el corazón del desierto de Aravá, parecía cargar con todas las señales de un campo de esclavos de la Edad de Hierro (hornos abrasadores, duras condiciones desérticas, y una enorme barrera que impedía la huida). Nuevas pruebas desenterradas por arqueólogos de la Universidad de Tel Aviv en Israel, sin embargo, parecen desmentir ahora esta interpretación, por lo menos en lo que se refiere a los fundidores. Los resultados de esta investigación también respaldan la idea de que, en general, los primeros artesanos capaces de trabajar metales mediante la fundición gozaron en todo el mundo de un alto prestigio, propio de quien posee un don que los demás consideran sobrenatural.

Tengamos en cuenta que, por ejemplo en el caso del hierro, el primero con el que trabajó el Ser Humano fue esencialmente el procedente de meteoritos y no el obtenido a partir de la minería. La habilidad para trabajar el metal llegado literalmente del cielo, por fuerza debía despertar en la sociedad de aquellos tiempos una admiración teñida de reverencia, que en algunos casos situó a los herreros y otros fundidores como los últimos magos de la antigüedad.

En el transcurso de las excavaciones que se vienen realizando en un yacimiento arqueológico del Valle de Timna, el equipo de Erez Ben-Yosef y de Lidar Sapir-Hen analizó restos de los alimentos comidos por los artesanos fundidores dedicados a trabajar el cobre hace 3.000 años. El resultado de este análisis indica que los trabajadores que manejaban los hornos eran artesanos de gran habilidad y que disfrutaban de un elevado estatus social. Los autores del análisis opinan que su descubrimiento podría ser aplicable a otros lugares semejantes de la región, ya que creen que lo desvelado en el nuevo estudio representa una tendencia general en la actitud de la sociedad hacia los trabajadores del metal en la antigüedad.

Las especiales condiciones de aridez en la zona del yacimiento arqueológico han permitido una conservación extraordinaria de materiales orgánicos que normalmente se destruyen con el paso del tiempo: huesos, semillas, frutas e incluso tejidos, que se remontan al siglo X antes de Cristo. Usando una técnica especial, los arqueólogos encontraron restos delatadores de alimentos. A juzgar por estos restos, los fundidores de cobre recibían los mejores pedazos de carne, o sea las partes más carnosas de los animales. Es evidente que se consideraba importante proporcionar lo mejor de lo mejor a las personas que trabajaban en los hornos. También disfrutaron de pescado, que debió ser traído desde el Mediterráneo, a cientos de kilómetros de distancia. No era en absoluto la dieta de los esclavos, sino una propia de artesanos a los que se tenía en gran estima, y que incluso eran venerados, tal como deducen los autores del estudio.

Sus deducciones tienen una cierta lógica: El cobre, utilizado en la época para producir herramientas y armas, era el recurso más valioso en las sociedades de aquellos tiempos. Los fundidores debían estar muy bien preparados en cuanto al uso de las complicadas técnicas que se requerían para convertir piedra en cobre utilizable. Este conocimiento estaba tan avanzado para la época que pudo incluso ser considerado mágico o sobrenatural por mucha gente.

Otra cosa, por supuesto, es el estatus de los antiguos mineros en la zona, quienes sí pudieron ser esclavos, porque la suya era una tarea simple realizada bajo condiciones duras. Sin embargo, el acto de fundir, de convertir la piedra en metal, requería una enorme cantidad de destreza. El fundidor tenía que construir un horno a partir de arcilla según unas dimensiones precisas, proporcionar la cantidad justa de oxígeno y carbón vegetal, mantener un calor de 1.200 grados centígrados, conectar los tubos de los fuelles, inyectar una cantidad fija de aire, y añadir una mezcla exacta de minerales. En resumen, el fundidor tenía que manejar entre 30 y 40 variables para poder producir los codiciados lingotes de cobre.

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