Zowe Yawa, una sanadora tradicional, trajo consigo el ébola desde Guinea. En pocos días se convirtió en una “transmisora masiva del virus”. Los vecinos de su aldea, un poblado escondido en un lugar recóndito de la selva de Sierra Leona, sufren el estigma de la enfermedad. “Todos nos dan la espalda y ni siquiera tenemos qué comer”, lamentan. El Confidencial visita el pueblo de Bondu para descubrir una historia de magia negra y brujería. “Todo empezó aquí. Primero se contagió ella, la sanadora, y después fueron enfermando los demás. Mi propia mujer y mi único hijo murieron por culpa del ébola”. Nyuma Tommy, jefe de la pequeña aldea de Bondu, mueve sus manos desgastadas mientras va narrando la tragedia a la que se ha visto sometido su pueblo. Con dolor, el hombre mira al suelo, antes de reconocer que se siente desbordado. “Sufrimos el desprecio de mucha gente por vivir en el lugar por el que entró el virus en Sierra Leona –explica a El Confidencial–. Pero lo peor es el hambre: desde que todo comenzó, apenas tenemos comida que llevarnos a la boca. La gente no labra los campos y no tenemos dinero ni medios para ir a otras aldeas a comprar sustento. Si esto se prolonga mucho…”.
En las circunstancias actuales, alcanzar la aldea de Bondu es una misión casi imposible. El poblado, ubicado en la región de Kailahun (al este de Sierra Leona), está protegido por varios kilómetros de selva a la redonda. Los guías locales saben descifrar algunas claves, invisibles para el ojo extranjero, que muestran la ruta a través de una red enmarañada de caminos. Pero ahora miran esas pistas con recelo. “Ébola”, es la única explicación que ofrecen tras denegar la petición de conducirte hasta allí. Esa breve explicación esconde, en realidad, el temor a algo sobrenatural.Zowe Yawa fue la mujer que, desde Guinea, trajo consigo el virus del ébola. Siguiendo la terminología médica, se la conoce como la paciente cero. Zowe era una reputada traditional healer, lo que literalmente se podría traducir como sanadora; sin embargo, en Sierra Leona, esta profesión requiere profundos conocimientos de magia negra y brujería. Vivía en Bondu, y hasta allí viajaban cientos de personas en busca de alivio físico o espiritual. Ella, a su vez, se trasladaba a otras aldeas colindantes para ofrecer sus servicios.
“Un demonio en una caja”
Un día de abril, recibió el aviso de que un hombre guineano con cierto poder económico y social requería su presencia, aquejado de una “enfermedad que le consumía por dentro”, tal y como relatan los vecinos de Bondu. La sanadora aceptó la invitación y partió a su encuentro. En sus brazos llevaba una caja con una serpiente en su interior: según ella, el animal era, en realidad, un demonio en el que volcar los dolores del paciente. El ritual estaba desarrollándose según lo previsto cuando el paciente, azotado por la curiosidad y aprovechando un despiste de la sanadora, abrió la caja sin el permiso de esta. “¡Un demonio!”, exclamó repetidamente el hombre, atrayendo la atención de sus vecinos, que se agolparon a su alrededor para ver a la serpiente. “¿Qué has hecho? ¿Por qué has abierto la caja? –le espetó indignada Zowe Yawa–. Has desatado una maldición y todos moriremos”. Lo que la mujer probablemente no sabía es que sus vaticinios no tardarían en cumplirse: el propio paciente al que estaba tratando estaba infectado de ébola y ella, en el transcurso de la ceremonia, se había contagiado del virus.
“Una transmisora masiva del ébola”
“Zowe llegó a su casa y a los pocos días empezó a sentirse mal”, cuenta Nyuma Tommy, el jefe de la aldea de Bondu, a la vez que señala la casa en la que residía la mujer. Un candado impide la entrada a la edificación de adobe, en cuyo interior, aseguran los vecinos, sigue estando la caja con la serpiente. A pesar de sentirse enferma, la sanadora siguió desempeñando su labor durante varios días, contagiando a muchos de sus pacientes. Poco después, murió entre vómitos de sangre.
Su reputación empujó a cientos de personas a su funeral, un ritual que responde a tradiciones ancestrales en las que se manipula el cadáver antes de proceder al enterramiento. Así, los faustos se convirtieron en un foco de infección multitudinario. Según el Ministerio de Salud de Sierra Leona, Zowe Yawa se convirtió en una “transmisora masiva del ébola”. Más de 300 personas de su entorno contrajeron la enfermedad, y diseminaron el virus, a su vez, por toda la región este de Sierra Leona. Sin embargo, las circunstancias en las que se produjo este primer contagio llevaron a buena parte de la sociedad a creer que las advertencias de la sanadora eran ciertas y que el virus no era tal, sino la maldición que había juramentado antes de morir. Manjo Lamine, de 29 años y profesor en una escuela secundaria de la ciudad de Kailahun (capital de la región con el mismo nombre), relaciona la predominancia de estas creencias populares con un sistema educativo deficitario, especialmente en las zonas rurales: “La gente cree más en ritos que en explicaciones científicas, porque les ofrecen respuestas más sencillas”.