Isla de Koh Lipe, Tailandia

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No es novedad. Ya se vende como atracción: el turismo que persigue el sol. Es cosa de poner atención en los imperdibles que, de boca en boca, aconsejan los viajeros más experimentados.

“No te puedes perder el amanecer el Angkor Wat, el templo en medio de la selva de Camboya… Si no has visto el atardecer en Oia, en la isla griega Santorini, no has visto nada… Toma nota: debes mirar la muerte del sol detrás del mar, desde alguna terraza del cerro Concepción en Valparaíso (Chile)”.

El sol nace esplendoroso en Koh Lipe, pintando de dorado el cielo y el mar. Viajeros de todo el mundo amanecen para verlo. Shutterstock

Y así, la lista crece con ejemplos por todo el planeta sometidos a disputarse el amanecer o el atardecer más bello.
De ahí que la fiebre por el turismo que persigue al sol no conozca límites. Bien lo sabe Koh Lipe, una remota y diminuta isla en el sur de Tailandia –mide 21 kilómetros cuadrados–, casi en la frontera con Malasia y bañada por el mar de Andamán, donde esta moda de contemplar el amanecer y el atardecer fue aún más allá y se convirtió en nombre propio.

En nombre de playa, para ser exactos.

El día en Koh Lipe empieza aquí. Literalmente. Con turistas que llegan caminando, al morir la madrugada, para ver el sol aparecer lentamente detrás el mar. Se sientan en la arena blanca y fina, destapan algunas cervezas y se ponen a esperar. No hay urgencias. Tímidamente todo se empieza a llenar de una suave luz. Entonces se divisan otros turistas echados en la arena, palmeras, botes de madera en la orilla. Y, más allá, al fondo de la escena, el sol se levanta desde el horizonte dibujado en línea recta por aguas que cada vez se van tornando más turquesas.

Cuando la circunferencia perfecta del sol se ha levantado completa desde el mar, todos aquí estallan en aplausos. Se da oficialmente por iniciada la vida en esta playa, no por casualidad llamada Sunrise Beach (Playa del Amanecer).

Los niños de Koh Lipe sirven de guías para los turistas. Patricio de la Paz / EL TIEMPO

Lo que descubre el sol

Cuando el sol ya salió por esa playa en la zona nororiente de Koh Lipe, todo despierta en esta isla. En calma, como todo aquí. En la calle principal, y la única pavimentada, abren las tiendas. Las primeras son las que ofrecen desayunos.

Hay cafés más sofisticados –pensando en los occidentales que están de visita– que ofrecen croissants e infusiones de hierbas aromáticas con impronunciables nombres extranjeros. Y están los bares locales, muy buenos, esos donde uno se sienta en bancas de madera y mesa común, sobre la cual abundan los jugos naturales, las ensaladas de frutas y, también, un buen pad thai, arroz frito o alguna sopa que deja en el paladar ese gusto tan tailandés: entre picante y ácido, entre dulce y salado. Todo, por un precio de risa. Nunca más de tres dólares.

Luego, a medida de que el sol sube por el cielo, abren otros locales, apretujados unos al lado de los otros. Las tiendas de recuerdos, por suerte, aún no son tantas.

Los centros de masajes, que sí son muchos, y son baratos (en promedio 15 dólares), ofrecen una hora y media de dolorosas contorsiones, sobajeos y golpecitos que aseguran ser relajantes, aunque uno en la camilla solo cruce los dedos por no terminar fracturado.

El mar cristalino que baña a Koh Lipe, color turquesa, es ideal para bucear o practicar esnórquel. Shutterstock

También están los restaurantes, cuya especialidad son las parrilladas de pescados y mariscos.

Y las librerías. Sí, curiosamente en Koh Lipe hay varias, rubro que uno ni se imaginaría desarrollado en una isla tan remota. Pero las hay, y en ellas –además de compendios con fotografías de la zona y guías de Tailandia– pagan por libros extranjeros que uno quiera dejar en esas estanterías que los exhiben como trofeos. Por un ajado Cien años de soledad recibí 11 dólares.

Finalmente abren sus puertas las pequeñas empresas que ofrecen esnórquel y buceo. Ambas son las actividades más populares en Koh Lipe para gastar el día, y se entiende: en estas aguas cristalinas, ir a mirar bajo el mar –desde peces de colores hasta espectaculares arrecifes de coral– es algo no solo obligatorio, sino, sobre todo, adictivo.

Si lo que uno quiere, en cambio, es quedarse en tierra firme, simple: el panorama es echarse en la arena de cualquiera de las tres playas –la más grande se llama Pattaya, ubicada al sur–, remojarse cada cierto rato en el mar cálido y, a modo de paréntesis, dirigirse a alguno de los bares cerca de la orilla y zamparse de golpe una singha bien helada.

Eso, hasta que el sol anuncia desaparecer. Entonces, todo cambia.

Un privilegio que cuesta

Koh Lipe es una joya descubierta hace no tanto tiempo. Por años solo fue un secreto compartido entre mochileros, hasta que el murmullo inevitablemente se hizo vox populi: una islita diminuta, casi virgen, con apenas un par de decenas de habitantes, arena blanca, bosques de palmeras, rodeada de mar calipso.

El turismo le puso entonces el ojo: en esta década se empezaron a construir hoteles –aunque lo que aún prima son las cabañas simples con vista al mar–, se instalaron restaurantes más sofisticados y comenzó a llegar más gente.

Por suerte, nunca se llega a las hordas turísticas que invaden otras islas tailandesas como Phi-Phi o Ko Phangan. No podría: Koh Lipe es mucho más pequeña y más tranquila. Pero, sobre todo, es porque está lejos.

Desde Phuket, punto de partida para todos los viajes por las islas del sur de Tailandia, no son menos de 5 o 6 horas en un barco que, a ratos, se mueve como un botecito de papel en medio de una lavadora.

Cuesta llegar, pero el esfuerzo vale la pena. Sobre todo si de atardeceres se trata.

Cae el telón

Aquí termina el día en Koh Lipe. Literalmente. Cuando la luz natural palidece y se anuncia la noche, todos caminan apurados hasta esta playa, que, tampoco es coincidencia, se llama Sunset Beach (Playa del Atardecer).

Como la isla es pequeña, no cuesta llegar a pie. Todo aquí es a distancia caminable. Desde la calle principal, no son más de 20 minutos hasta esta playa, a través de bosques y senderos de tierra y pequeñas casas desperdigadas por todos lados.

Sunset Beach es una playa pequeña. Los que llegan hasta aquí al atardecer se sientan en alguna de las mesas de los bares que miran al mar. Otros optan por trepar las grandes rocas que hay cerca y se aseguran un buen puesto, y gratis, para el espectáculo. Algunos se quedan de pie en la playa, silenciosos, de brazos cruzados, con la vista fija al frente.

Y entonces ocurre…

El sol se empieza a meter lentamente en el mar de Andamán. Y en esa zambullida comienza a cambiar de color. Primero muta del amarillo al rosa; después, del rosa al naranja y luego, del naranja al morado.

Cuando la circunferencia del sol ya se ha metido entera bajo el agua, y de su presencia solo queda a modo de recordatorio una difusa raya morada sobre el horizonte, viene el aplauso.

Un solo aplauso cerrado para celebrar el fin de otro día en Koh Lipe.

Los restaurantes típicos, en la playa, ofrecen lo más selecto de la gastronomía local. Y a muy buenos precios. Shutterstock

Si usted va…

La temporada alta es de mayo a octubre. Fuera de eso, el tiempo es muy lluvioso y dificulta el transporte por mar.
Para llegar hay que tomar un avión desde Bangkok hasta Phuket. El vuelo dura una hora. Se recomienda la aerolínea Thaiairways. Con tiempo, los tiquetes salen muy económicos.

En Phuket hay que tomar un barco hasta Koh Lipe. Salen dos líneas: Tigerline y Satun-Pak Bara. Duración: entre 5 y 7 horas. Precio: desde 60 dólares por trayecto.

Hay que llevar sencillo y en moneda local: bath tailandés (1 dólar = 33 baths). No hay banco ni cajeros automáticos.
Dormir: entre tanto hotel nuevo que se está instalando, mejor ir a lo tradicional y quedarse en Blue Tribes. Cabañas de dos pisos, con vista al mar en la playa Pattaya.

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