Esa planicie de casi cinco hectáreas, ubicada en el sector de Canoas (Soacha) y cerca del Salto del Tequendama, era un terreno verdísimo cuando los primeros arqueólogos llegaron en el 2010, con la misión de hacer estudios previos para la construcción de la subestación eléctrica de Nueva Esperanza.
Y no había nada en ese terreno sembrado de maíz, papa, zanahoria, lechuga y otros productos agrícolas de la región que los llevara a pensar que estaban a punto de hacer uno de los hallazgos arqueológicos más importantes y fascinantes de la historia del país.
Este jueves, y tras dos años de ejecución de un concienzudo plan de recuperación de todo el material de la zona, en el que intervinieron 60 arqueólogos y 120 trabajadores de campo, fueron presentados oficialmente los primeros resultados de una labor liderada por el Grupo EPM, que tiene a su cargo la construcción de la subcentral, y la firma consultora Ingetec S.A., con la supervisión del Instituto Colombiano de Antropología (Icanh).
Los números hablan por sí solos: cerca de 20 toneladas de material arqueológico recuperado, decenas de miles de fragmentos de cerámica recogidos, alrededor de mil tumbas identificadas; restos óseos de 800 individuos, así como de animales (venados, ratas y curíes) y 139 objetos, en excelente estado de conservación, solo para mencionar algunos.
John Alexánder González Larrota, jefe de Arqueología de Ingetec y responsable de la licencia otorgada por el Icanh para este rescate, aporta la conclusión más significativa de todas: los vestigios hallados corresponden a los de una sociedad que se asentó en la región del Tequendama desde aproximadamente el año 900 antes de Cristo (etapa conocida como Periodo Herrera o Premuisca) hasta la llegada de los españoles; es decir, de hace unos 3.000 años de antigüedad.
El estudio y el análisis de estos hallazgos van a permitir, por primera vez, documentar una forma de vida aldeana del altiplano cundiboyacense de esas épocas, pues hasta ahora no había sido posible identificar contextos similares, ni en otras excavaciones ni en las crónicas que los españoles escribieron a su llegada al territorio.
En ese lugar evidenciaron, por ejemplo, la existencia de viviendas circulares (bohíos) de unos seis metros de diámetro, pero también de grandes estructuras rectangulares (12 metros de largo por 8 de ancho), con postes centrales, que pudieron ser usadas como sitios de reunión pública.
La labor que empieza
En términos arqueológicos, históricos y antropológicos, el material recuperado en esta zona vale oro.
Se estima que el 10 por ciento del material rescatado corresponde a piezas que podrán ser exhibidas en museos; el 90 por ciento restante se usará en investigación científica.
EPM, de la mano de Ingetec y con la asesoría del Icanh, ya dio comienzo al análisis e interpretación; se espera que en un año sea posible formular hipótesis sobre la vida que llevaban comunidades de este tipo, que enriquezcan el conocimiento que el país tiene sobre el tema. “Y eso –dice González– es emocionante”.
¿Para qué la Subestación?
Finalizado el rescate de todo el material arqueológico en la zona, en el que el grupo empresarial EPM invirtió cerca de 15.000 millones de pesos, se dará inicio a la construcción de la subestación de energía Nueva Esperanza
Leonidas Mesa Gómez, director del proyecto, explicó que esta mejorará la capacidad de transporte del sistema eléctrico que abastece a Cundinamarca (incluida Bogotá), Meta, Guaviare y norte del Tolima, y beneficiará a 12 millones de habitantes de la región centro- oriental del país. “El objetivo es evitar apagones, problemas de suministro de energía y sobrecostos”, dijo Mesa, quien aseguró que la meta es que la subestación entre en operación en diciembre del 2015.
El arqueólogo John González destacó el hecho de que sin este proyecto no hubiera sido posible recuperar los vestigios que ahora serán sometidos a análisis.