Por Ahmed Aboulenein
BIRMINGHAM, Inglaterra. Para algunos musulmanes británicos, el camino a la yihad y el camino hacia el trabajo humanitario pacífico puede atravesar el mismo terreno.
Desde una oficina en la segunda ciudad más grande de Gran Bretaña, Waseem Iqbal y un amigo están planeando un viaje a Oriente Medio. En Jordania llevarán paquetes de alimentos para refugiados sirios.
Iqbal, de 27 años, eligió el trabajo benéfico y no la violencia. “¿Cómo salvas inocentes en Siria? ¿Yendo a la zona de guerra y haciendo que te maten? ¿O (…) llevándole a la gente bombas de agua, paquetes escolares y alimenticios? Eso es lo que salva inocentes”, afirmó.
Iqbal conoce a otros que han tomado un camino diferente. Dos conocidos, hombres británicos jóvenes, fueron arrestados y acusados bajo las leyes de terrorismo del país. Sus posiciones eran diametralmente opuestas, dice Iqbal, pero tenían algo en común: enojo.
Para las autoridades, que enfrentan problemas para evitar que jóvenes musulmanes se unan a las guerras en Siria e Irak, entender lo que impulsa a estos hombres es clave.
Más de 500 ciudadanos británicos viajaron a Siria, estiman las autoridades, y el primer ministro David Cameron advirtió que algunos militantes pueden regresar para atacar en Occidente.
Iqbal se dejó una larga barba y usa un thawb -una túnica tradicional hasta el tobillo. Es parte del personal de la organización benéfica Human Relief Foundation desde hace un mes. Durante los tres años anteriores, su trabajo humanitario incluyó abrir un centro juvenil en el sótano de una mezquita local.
Sin embargo, antes de eso, Iqbal dice que llevaba una vida diferente. Trabajaba como guardia de un club nocturno, dirigía un estudio de grabación y hacía trabajos de seguridad. Una noche todo eso terminó.
En un período de pocas semanas en el 2010, el primo mayor de Iqbal, alguien a quien admiraba, murió por una sobredosis de drogas y su mejor amigo fue apuñalado.
“Estaba sentando una noche, fumando marihuana en mi departamento desde donde se veía la ciudad y comencé a preguntarme dónde estaba el límite y dónde termina. Me pasé toda la noche llorando y me di cuenta de que lo que me faltaba era el Islam”, recordó.
“Prometí ser un mejor musulmán y dejar de inmediato todas las cosas que estaba haciendo”, agregó.
“GUETOS” MUSULMANES Y CULTURA DE PANDILLAS
Una calle principal en esta ciudad inglesa bulle de vida. Los viajeros entran y salen de la estación de tren, las parejas disfrutan de un rato en los cafés y un hombre canta rap en la calle.
Tres hombres jóvenes instalaron un puesto casi a cinco metros de él. Se escuchan versos coránicos en árabe seguidos de la traducción en inglés en un equipo de audio. Suena un versículo detallando la vida de Jesús y María según el Islam mientras un hombre entrega folletos.
Hay más de 213.000 musulmanes en Birmingham, lo que representa más de un quinto de la población según el censo del 2011. Barrios como Balsall Heath, donde creció Iqbal, son predominantemente musulmanes y de clase trabajadora. Son también el lugar de lo que él llama una “cultura de pandillas”.
Esta mentalidad machista puede empujar a los hombres jóvenes a unirse a las pandillas y vender drogas, o a grupos yihadistas y luchar en Oriente Medio.
“Todo tiene que ver con la aceptación. Él quiere sentirse parte de algo, quiere ser respetado o temido, quiere sentirse parte de una causa y necesitado”, explicó Iqbal.
La cultura yihadista y las amenazas que le acompañan, así como la santificación de la guerra y la seducción de las armas, juegan un gran papel en la racionalización de jóvenes musulmanes de la ideología islamista, argumenta Jahan Mahmood, mentor de la comunidad joven.
Esa visión es respaldada por estudios académicos. Investigadores de la Universidad Queen Mary enumeran a las personas más susceptibles al extremismo: quienes sufren de depresión, los que están aislados y aquellos cuyas familias han vivido en Gran Bretaña por generaciones. La ideología religiosa no parece ser un factor muy influyente.
Iqbal cuenta la historia de uno de los hombres acusado bajo la ley de terrorismo. Solía ser traficante de drogas antes de experimentar un cambio similar al de Iqbal.
Pero a diferencia de Iqbal, adoptó posiciones cada vez más radicales tras redescubrir su fe, algo que Iqbal atribuye a una sensación de culpa por sus delitos pasados.
“Una lectura adversa de Dios como castigador en vez de alguien que perdona y que de la única manera de conseguir el perdón es ir al campo de batalla y morir”, es una de las razones por la que los jóvenes eligen unirse a grupos yihadistas en el exterior, dijo Mahmood.
El ex traficante de la historia de Iqbal fue arrestado en un automóvil repleto de armas en camino hacia una marcha del grupo ultraderechista English Defence League.
FOBIA AL ISLAM, MEDIOS HOSTILES, ALIENACIÓN
Organizaciones como English Defence League son un factor para que los jóvenes musulmanes se inclinen hacia el extremismo.
Abdul Waheed, colega de Iqbal en su organización, dice que cuando tenía ocho años vio por la ventana a su tío recibir una golpiza en la calle de un barrio predominantemente blanco al que su familia se había mudado recientemente.
La familia volvió entonces a mudarse a Sparkhill, que junto con Balsall Heath y Sparkbrook representan el ‘Balti Triángulo’ asiático de Birmingham, un laberinto de casas victorianas en decadencia, talleres y tiendas de curry.
“Cuando niño uno no entiende por qué suceden esas cosas, pero el recuerdo perdura, y uno se enoja. Lo importante no es convertirse en la persona que ellos dicen que eres”, dijo Waheed, de 22 años.
Iqbal y Waheed tienen decenas de historias similares. Al primero le arrojaron cabezas de cerdo y cerveza en partidos de fútbol y a ambos les gritan insultos raciales en la calle.
“Muchos jóvenes ya no se sienten parte de la corriente dominante con la fobia al Islam que vemos en los medios”, dijo Mahmood.
El aislamiento de la comunidad musulmana llevó a que desarrollara una mentalidad de sitio y por ello los jóvenes no se ven como parte de la corriente o de Gran Bretaña, en cambio se ven como parte de una nación musulmana global y sienten que tienen que “ayudar a sus hermanos” en el extranjero.
En su almuerzo, Iqbal y Waheed discuten lo inútil de la lucha. Concluyen, sin embargo, que si a alguien le repiten que son algo, digamos un terrorista, por los medios, al final se convierte en eso. “El poder de la sugestión es fuerte”, afirmó Waheed.
(Editado en español por Patricia Avila)